miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 10.-Un campeón no es interesado

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Usé mi llave. La casa estaba sola. Me invadió una ola de tristeza. ¿Y si hubiera muerto en aquel sótano? ¡Mis padres ni siquiera se habrían enterado! Fui al cuarto de Carmela. No había nadie. La nana había recogido sus pertenencias y había desaparecido.

A las pocas horas llegó mamá. Tenía unas enormes ojeras. No me preguntó cómo estaba. Ni siquiera se dio cuenta de mis heridas. Abrió los cajones buscando algo. Después se volvió para ordenarme:

- Llama a Carmela por favor.

- Carmela no está –respondí-. Papá la reprendió ayer; parece que empacó sus cosas y se fue.

- ¡Cómo es posible! Justo cuando más la necesito.

Continuó buscando en las gavetas. Con movimientos bruscos, desacomodaba cada vez más los papeles. Parecía desesperada. Después de un rato, levantó la cabeza y miró alrededor.

- ¡Qué desastre! –comentó-. Felipe, debes ayudarme. Limpia la casa, lava los platos de la cocina, recoge la basura y ve al mercado por comida. Te voy a dejar la lista. En la noche regreso. No quiero encontrar este tiradero, ¿de acuerdo?.

¿Por qué se portaba así?.

Alguna vez escuché que, a un amigo, sus padres le daban dinero por los trabajos extras. A Carmela también le pagaban. Tomé lápiz y papel. Hice una pequeña suma:

Lavar los platos = $ 30.00

Aspirar la casa = $ 20.00

Recoger la basura = $ 20.00

Ir al mercado por comida = $ 30.00

Total del trabajo = $100.00

Y agregué una nota al final:

Mamá: Te ayudaré, pero espero que tú también me ayudes. Es justo que me pagues. Voy a hacer todos tus encargos. No olvides que me debes $100.00

Mamá pareció hallar lo que buscaba. Se dirigió a la puerta. Antes de que saliera, le di la nota y corrí a encerrarme. Estaba nervioso. Cuando calculé que ya se había ido, salí de mi habitación. Para mi sorpresa, la encontré todavía sentada en una silla de la cocina. Estaba agachada con la nota frente a ella. Me acerqué despacio por su espalda. Pensé: “Si ha analizado las palabras que le escribí, con seguridad ha reconocido que tengo razón”. Pero al llegar a su lado vi que lloraba.

- ¿Qué... qué te pasa, mamá? –pregunté.

Ella se limpió la cara de inmediato. Luego me observó con una mirada fija. Sacó un billete de $100.00 y me lo dio.

Lo tomé confundido. Después pregunté.

- Si estás... dispuesta... a... pagarme, ¿por qué lo haces tan de mala gana?

Tardó mucho en contestar. Al hacerlo, su voz sonó débil:

- Felipe, necesito que sepas algo: Cuando tú ibas a nacer, los médicos detectaron que mi vida corría peligro. me dijeron que la única forma de salvarme era sacrificando al bebé. Les dije que nunca haría eso. Firmé un documento en el que aceptaba los riesgos. Estuve muy grave. No te imaginas cuánto. Al final, ocurrió un milagro: Nos salvamos los dos.

Controló su congoja, respiró hondo y prosiguió.

- Hijo, me he pasado en vela muchas noches junto a tu cama cada vez que estás enfermo; es verdad, cometo errores, pero todo lo que hago es por tu bienestar y el de tu hermano. Los amo con toda mi alma; daría cualquier cosa por verlos felices, mi vida misma si fuera necesario y, ¿sabes? No cobraría ni un centavo a cambio.

Sentí que unas pinzas de arrepentimiento me apretaban el corazón. Entonces me di cuenta de cuan vil y grotesca había sido mi carta. Recordé las palabras de mi maestro Miguel:

Hay personas muy interesadas que sólo hacen las cosas cuando les dan dinero o premios. Son seres vulgares.

Los grandes hombres trabajan, estudian y ayudan a otros sin esperar recompensa. Se convierten en personas amadas y necesitadas por los demás.

A los generosos, la vida siempre les paga su entrega con felicidad y fortuna.

Niños: ustedes pueden tener muchos defectos pero, por favor, nunca sean interesados.

¿Cómo había olvidado esas palabras?

- Mamá, perdóname –le dije- Arreglaré la casa para ti. Toma el dinero. Rompe la nota. Fue una tontería.

La abracé con mucha fuerza.

Ella me contestó:

- Sé que escribiste eso porque te sientes solo, últimamente te he descuidado. He sido fría y distante. Ni siquiera he venido a verte. No sé si has comido. No se nada de ti. Tengo dos hijos y, aunque ambos merecen mi atención, en estos días sólo he pensado en uno... – lloró de forma inconsolable, como si se estuviese desahogando de una gran presión interior. Perdóname tú a mí, Felipe... pero... debes saberlo: Tu hermano se está muriendo.

Me quedé paralizado.

- ¿Po... por el golpe en la cabeza?

- No. El accidente de la azotea no tuve ninguna consecuencia... De hecho fue algo bueno, porque gracias a eso le hicieron muchos exámenes y al fin descubrieron porqué, desde hace meses, sufre dolores en todo el cuerpo y le sube la temperatura por las noches...

El llanto la dominó otra vez.

- Tranquilízate, mami.

Se limpió las lágrimas y susurró:

- A tu hermano lo ha invadido una enfermedad muy grave... Todavía tenemos posibilidades de atacarla...

La voz me tembló al preguntar:

- ¿Tiene... cáncer?

Mi madre no contestó de inmediato. Antes, se limpió el rostro y trató de mostrarse fuerte.

- Sí –dijo al fin-. En la sangre. Los médicos decidieron iniciar un tratamiento de quimioterapia. Son medicamentos muy fuertes, como bombas que se meten a su cuerpo. Le cayeron mal. Riky está cada vez peor.

- ¿Puedo verlo?

- No sé si te dejarán entrar...

- Pide permiso. Limpiaré toda la casa y ¿regresas por mí al rato?

- ¡Mi vida! Olvídate de la casa. Vamos al hospital.

Antes de salir, vi la caja que había prestado la sobrina del conserje. Estaba sobre la mesa del comedor. Fui por ella.

- ¿Qué es eso?

Luego te cuento mamá.

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